miércoles, 31 de julio de 2013

El sexo vende y, con un poco de diversión, mejor.



Pobre hombre, qué vergüenza. Supongo que por eso recuerdo esta broma tan vieja de cámara oculta.

Me imagino que ese señor ahora podría pensar, con gran alivio: "menos mal que existe Internet". Desde luego, es el medio más apropiado para encargar artículos de placer con absoluta discreción. Aunque sea cierto que la intimidad en Internet no existe realmente, al menos no te expones a que alguien te rodee de flashes y fanfarrias para señalarte como "cliente un millón"; o a que editen la escena para enfatizar cuánto tardas en salir de la tienda.

De todas formas, aunque la actitud ante el placer y el sexo ha cambiado mucho en la publicidad, la discreción sigue siendo imprescindible. Por ejemplo, las reuniones tuppersex: una estrategia de venta estupenda. No sólo porque permite tener en las manos los productos en el salón de casa antes de comprar, sino porque se ha convertido en un evento social, pícaro, divertido y, quién sabe, puede que hasta revelador. Es así, se vende así y funciona muy bien. No sólo entre mujeres, tengo que añadir.

La diversión y la picardía también pueden ser parte de la clave del éxito de Fun Factory, una marca de juguetes eróticos cuyo nombre significa, literalmente, "fábrica de diversión". Este concepto no sólo se refleja en su imagen fresca y festiva, sino en los propios productos que, siendo lo que son, parecen juguetes de verdad con sus colores vibrantes y desapego total de la realidad. O sea, cualquier parecido con la anatomía humana es sólo por la forma. Y a veces ni eso.

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